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NUNCA PODREMOS SEPARARNOS
En la quietud de esas paredes gruesas,
aun existe la calidez,
desde sus grietas, asoman las voces,
cobijados los ecos de nuestra risa
ahora se sueltan, nuevamente,
y me dejó invadir.
La tarde es plomiza,
se augura una lluvia llena de sentir,
caerá, resbalará como el llanto,
y los cristales empañados
serán testigos inefables de tu ausencia.
Sentada aquí, y tú tan lejos,
la casa es una tumba, un mausoleo,
y te recuerdo... no paro de pensarte.
El reloj se detuvo.
No hay más cuerda para el tiempo,
adivinó tu partida,
y yo no quise ponerle pilas.
Marca una hora hechizada,
entre las seis y las siete,
sus agujas apuntan al futuro,
y aún detenidas, caminarán de nuevo unidas,
gigante y enana, nunca podrán separarse.
Cantan los niños en la calle,
terminó la jornada de la escuela
sus risitas ocultan el estruendo de mi soledad.
Aquí, entre los gruesos muros,
una prisión que protege mis iras,
puedo imaginar el olor del azahar,
tu naranjo quedó huérfano de flores,
como yo, lloró con pétalos tu partida,
y te confesó mi eterna amistad,
aunque a veces, mientras todo huele a ti,
no pueda disimular que te amo.
Entre el silencio de estas paredes viejas
no quiero más llorar.
Simplemente, espero.
MEG.
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