SIN



Había hoy un cielo azul
que inspiraba poesía,
parecía que le hubieran aseado
las hadas bondadosas de las nubes,
que le hubieran arrancado las crueldades.
Miraba arriba, su garzo me embelesaba,
y el sol calentaba tenuemente
el gélido día que empezaba.
Dejé, por cierto, los pies en la tierra,
cosa extraña,
porque a la mínima me alzo en vuelo,
pero hoy apetecía arrastrarlos por el suelo
de las viejas calles del centro.
Creo que la luz había limpiado
incluso las fachadas,
no me parecieron tan oscuras,
dejaban salir sus balcones a mostrarse,
y los hierros, aún curvados por la edad
y el sortilegio del diseño,
parecían ser recién nacidos.
Colgaba de ellos el verde de las hojas,
de esas macetas mimadas
que no mueren en invierno.
El sol alumbrando las cornisas,
haciendo de sombrero a las estatuas,
pequeñas flechas de cupido
saltaban del cristal de las ventanas,
y de vez en cuando,
el aleteo de un gorrión equivocado,
creyéndose en la estación aún no llegada.
Jugué hoy a ver sólo algunas cosas,
borré de las calles los humanos,
quedaron sólo sus huellas
tiritando de frío.
Y de vez en cuando
sus palabras escritas en neones,
haciéndole la competencia al orto.
Hoy no me costó aterrizar
y quedar clavada en los suelos.
No había ningún peligro de ataque.
El hombre ya no existía.

Marga Escuder Gea


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