UN CUENTO DE AMOR

Las estadísticas del amor
anunciaron sus resultados
y no fueron alentadores.
La encuesta previó
un triple empate y se cumplió.
Los corazones pugnaban a un trono
que esperaba ser ocupado
con la justa medida
de un molde exacto.

El primero era un corazón bandido,
de buenos sentimientos,
intrépido y valiente,
más con censura en su boca.
Mudo.
.
El segundo era un corazón poeta,
bohemio y triste,
conocedor de la risa y de la muerte,
hablador y formal.
Ciego.

El tercero era un corazón de bestia
con el aura de un ángel
y un ego henchido,
orador nato, inteligente,
cruel y seguro.
Sordo.

El bandido con sus fuertes brazos protegía al Trono
y lo hacía reir aunque no hablara,
el segundo le hacía más tiernas las horas
le hacía soñar, y aún siendo ciego,
le enseñaba más allá de las fronteras.

El tercero le hacía sentir las cosas más crueles de la tierra
andaba dormido en vigilia, podía oler la batalla,
paladear el toque metálico de la sangre.
Desde el silencio le enseñaba a escuchar
si el enemigo acechaba.
Le hacía vivir la realidad

El trono estaba confundido,
¿a quién dejar reposar sobre sus tablas?
¿con quién estaría más seguro?
Dudaba y dudaba...

Las horas pasaban, debía decidir,
el cargo lo apremiaba
y no sabía qué hacer.
La madera crujía, se retorcía desesperada,
y en un intento de acomodo
de su interior salió una quera asustada,
El trono le preguntó
Tú que has estado en mi interior
como corazón sin latido,
¿a qué corazón elegirías?

La carcoma acostumbrada
a labrar su propio espacio,
con calma le dijo:
Tienes delante  la duda eterna,
pregunta entonces a cada uno
que te diga una palabra que les defina.

Y así lo hizo y preguntó.
Corazón, que te define?
El pobre corazón mudo contestó
sólo con una reverencia.
El poeta eligió la palabra sueño
y la bestia guerra

La quera miró al trono dulcemente
y le aclaró,
el corazón poeta precisa una cama,
el de la bestia, un campo de batalla,
pero el bandido,
el bandido ya robó su propio corazón,
y lo inclinó hacia lugar exacto al que quería proteger.

Elige, Trono, siempre al corazón
que haga el gesto de inclinarse
y aparcar su ego,
porque sólo ése es capaz de amar
sinceramente.

Marga Escuder Gea.





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