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DE VERDADES Y GUERRAS
Llegó la hora del invierno,
la de sentarse sola frente un fuego
cálido, que imagino de hogar,
porque aquí, en este rincón
de esta negra ciudad,
es una simple estufa.
Llegó ese momento en que,
sentada frente a mi misma,
me vomito los hechos
los que provocan las palabras.
ésas, que nunca puedo retener en mi boca,
porque van armadas de verdad
y se me escapan,
como el escuadrón que va a la batalla
feliz y orgulloso blandiendo un estandarte.
Hoy ha sido duro el golpe.
He tenido que volver a las trincheras,
me ha ganado la misma guerra,
otra vez me ha perdido la sinceridad.
Ésa que se le parece a un niño,
ésa que tiende a desaparecer
cuando uno crece
-¿No habré crecido?-
Y me ha partido la leve sonrisa,
esa mueca absurda que me quedaba
desde el último frío.
Y ha sesgado la esperanza,
la poca confianza que aún tenía
de las primaveras,
le ha mutilado las alas:
que la dejaban volar en deseos,
Llegó la hora de la nieve,
del hielo que enfria los corazones
esos pobres músculos ignorantes
que hierven ante el umbral del afluente
de la cálida sangre que los mueve.
Y se detienen ante las tremendas verdades.
Las musas blancas, que giraban descalzas
en bailes proféticos de nuevos amores,
se han callado, se han muerto,
No puedieron soportar
ver el sollozo de la tristeza,
las lágrimas que han barrido
sin piedad los anhelos.
Y han dejado pasar a las sombras
en desfile frenético,
invadiendo pensamientos,
coloreando el miedo
con sus negras ropas.
Llegó la hora de aceptar
que jamás habrá nada
más allá de mi misma.
Que la verdad deriva en pérdida
las más de las veces.
Y hoy, sólo por un ínfimo momento,
estuve cerca de la victoria,
la rocé levemente,
y me perdió nuevamente mi boca,
mi irrefenable manía de ser sincera.
Marga Escuder Gea
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