MADUREZ

Ya repartí la belleza del cuerpo,
al viento la esparcí y la vieron los ojos,
los tuyos, quizás algunos otros
que no supe advertir.
Espolvoreado, atomizado,
la clara evidencia de esa belleza externa
se difuminó con los años,
se fue marchitando por fuera,
quedó como el papel arrugado
que intentas alisar de nuevo.
Ya no está la rosa encarnada de mi juventud,
se plisó la piel y en cada surco,
es el curso seco de un río de risas agotadas,
cada mancha, la fotografía de la fiesta terminada.
Ya no existe el aroma penetrante y agudo
que posee la candidez, esa mirada de niña,
y la luz de los ojos se apagó lentamente
con cada lágrima, con cada vivencia,
con la sequía que queda tras el dolor,
la pérdida del tesoro de ese agua de vida.
Ya repartí la reverencia, la dulzura,
el hechizo del deseo, la locura,
lo febril de la entrega.
La tersura no es eterna en la piel que mira el sol.
La juventud precede a esa madurez,
esa belleza distinta, la que alumbra
la blanca luz de la luna llena.
La que pertenece a la magia.
La que perdura en la razón.

Marga Escuder Gea


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